«Zona loca: un día es un día»

¡Hola amigos de un lado y otro de la barra! Hoy vamos a pasar de consejos y rollos académicos, y vamos a relajarnos y reírnos. Y qué mejor forma que hacerlo que rompiendo moldes, cambiando el cuento, tirándonos a la piscina de cabeza, a por todo lo que está allí afuera esperando a ser vivido intensamente.

Yo tengo ganas de cambiar mi forma de ver el mundo, de replantearme lo conocido, abandonar por un ratito lo que da «seguridad», a ver qué pasa.

Equivócate

A veces nos apetece dejarnos llevar por la pasión y tomar decisiones sin pensarlas demasiado, así, locamente, esto también es bonito: lanzarse, empezar de cero, sacarse el corazón y ponerlo encima de la mesa.

Lo que sea que decidimos, al final, siempre acaba siendo lo correcto. Siempre hacemos lo mejor que podemos, con la información que tenemos en el momento. Puede parecer que a veces algo no salga del todo bien, pero he ahí el aprendizaje, era lo que necesitabas entonces; el error, aunque duele, hace crecer.

De príncipes sapitos a los que el cuento les salió rana

Entonces, las decisiones tomadas hasta ahora no merecen arrepentimiento, conseguimos muchas cosas buenas funcionando desde lo conocido, desde lo que percibíamos seguro. Pero ahora hay que afrontar la fase siguiente y darle la vuelta al juego.

No te lamentes si algo te ha salido «rana», lamentarse del resultado es como rechazar la buena lección que tenía para enseñarte, y tener que tomar ese «curso» otra vez. Es un error cognitivo común llamado sesgo retrospectivo, por el cual juzgamos la calidad de las decisiones por el resultado que dieron, y no por las condiciones en que se tomaron (o la persona que ERAS cuando las tomaste). Pero en este universo cambiante TODO cambia, y ciertamente nosotros también cambiamos.

El pasado no se forma a través del recuerdo desde atrás hacia aquí, se hace desde el presente y la forma en como lo vemos AHORA, desde la óptica de la persona que SOMOS ahora.

Lo bueno, si desconocido, dos veces bueno

Y ahora, ¿qué? Porque ya está, ya probamos que lo conocido funciona y es bueno. Sólo que a mí todo lo que suena a «cómodo» ya me empieza a dar ganas de desbaratarlo, ya quiero cambiar cosas. Empiezo a pensar: «Y si hubiera algo más, algo mejor, algo apasionante en lo desconocido».

Es verdad que abordar y aceptar cambios gordos parece difícil, pero ¡siempre nos puede salir bien! Perdámosle el miedo a cambiar cosas, de nuestra vida, de nuestro trabajo, a salir de la zona de confort. Empecemos por cambiar algo, cambiemos cosas pequeñas, o grandes. Atrevámonos.

Por ejemplo, practiquemos algo un poquito divertido, reserva un día de la semana en el organigrama y llámalo «Zona loca, un día es un día». Y que no sea el típico viernes, ¿por qué no puede ser, yo que sé, un miércoles?

Replantear-Reformular-Reciclar

¿Y si todo lo aprendido y heredado estuviera, no errado, pero que pudiera ser expresado de otra manera? Una distinta, una nueva y original, algo así de estimulante sólo por ser inexplorado, desconocido.

Hemos de ampliar nuestra visión y flexibilizar al máximo en un mundo que cambia y evoluciona rápidamente. Y, por qué no, relajarnos un poquito y no tomarnos la faena tan en serio. Hagamos cosas nuevas, o lo mismo, pero de manera diferente. Podría suceder algo espontáneo y divertido. No sé, algo distinto, un poco de riesgo, de pasión, algo que nos haga sentir realmente vivos.

En casa

Papá, ponte un tutú rosa con tu niño y robarle por un rato las muñecas a la hermana, mientras ella se escapa con la mamá a jugar al fútbol a la plaza y se despeinan y sudan y se ponen de barro hasta las cejas.

Para luego meterse en la cocina y organizar un concurso de «a ver quién se curra el bocadillo más incomestible» y el que gane, que empiece la guerra de comida.

Sé un niño, sé un niño todo el tiempo que puedas. Echa una cabezadita en cualquier parte, ríete fuera de contexto, cómete una chocolatina gigante y disfrútala, date un panzón de chuches y ríete más. Quítate la timidez de las fibras de tu cuerpo y baila, baila con tus dos pies izquierdos y ríete de tu ridículo. Que te salgan unas patas de gallo feísimas y que no te importe un pimiento. Así le podrás decir a tus nietos: «es que tu abuelo me hace reír mucho».

Encuentra que también es bonito, en una charla, aceptar que el otro igual no tiene ganas de hablar, y aprende a descubrir las cosas bellas que te cuentan sus silencios.

Y, al mismo tiempo, dilo todo. Dilo, escríbelo, transmite, comunica.

Dile a alguien que lo quieres, dile que lo amas. Sé empalagosamente «romanticuchi», pegajoso, pesado, permítete ser cursi. ¿Qué puedes perder? ¿Te vas a arrepentir de expresar amor, aunque tengas la peor de las punterías?

Y luego calla, calla durante un buen rato y que se haga tanto silencio que puedas escuchar tu propio corazón, ese sí que latirá por ti toda la vida.

En el cole

Júntate con tus amigos y pártete de risa, sólo para reír; y si los ves con el móvil tíraselo por la ventana, los 88 mensajes del grupo de WhatsApp pueden esperar. La amistad y la risa sanan, y no hay sucedáneo que sea igual de efectivo.

Si eres profe y tienes que dar una clase, llévate los niños a la playa, que les dé el sol y la brisa del mar mientras se las arreglan para llevar 4 platos en cada mano caminando descalzos en la arena. Ponles retos divertidos, que sirvan un café imaginario en un vaso de papel con el agua hasta las rodillas; que una ola gigante se los lleve a pasear y la arena se les meta en los delantales y en las orejas. Las lecciones de ese día no se les olvidarán jamás.

Por un día podemos olvidar el patrón del «bonito y ordenado» y no tener que alzar la mano para participar. Dejar de competir, para desear colaborar y conectar con el que tienes al lado. A pensar de manera creativa e independiente. Dejemos de enseñar la misma cosa de la misma forma a estudiantes que son únicos y especiales, cada uno de su padre y de su madre.

Personalicemos el sistema educativo para actualizarlo, cambiarlo, alcancemos el núcleo de cada corazón en cada instante. Las matemáticas son importantes sí, pero no más que la danza, la música o el arte. Ayudémosles a que sus sueños se puedan cumplir y sólo Dios sabe lo que podremos conseguir.

En el trabajo

El día ese de los 40º que se rompe el aire acondicionado, organiza en la oficina una guerra de agua con los vasitos de plástico del dispenser, sí, ese que nunca te da el agua a la temperatura que esperas, que sirva para algo distinto por una vez.

En el restaurante, pongamos los cuadros de mantel y decoremos con manteles las paredes, o el techo. Hagamos de la expresión «a freír churros» algo literal, y olvidemos la dieta por un día; y también esa otra de «echarle huevos», y hagámoslo con una receta que no lleve huevo, y ¡¡a ver qué pasa!!

Si estás en el rol de Chef y ves un día a los pinches un poco apagaditos, anímalos a hacer una ronda de croquetas, pero unos con otros, revolcándose en la hierba del parque de enfrente, te garantizo que ese día la comida estará especialmente deliciosa.

Si eres empresario, contrata a una summilier que sea chica, seguro que los clientes lo agradecerán. O pon de primer Chef a la vecina jubilada que todo el mundo adora porque cocina como los dioses. Y luego haz que exploten las redes sociales contando a todo el mundo que esas mujeres te han conseguido varias estrellas, pero de las que se bajan del cielo.

Y si eres camarero y se te cae un plato, y todo el mundo se vuelve para mirarte, ponte rojo como un tomate cherry, sonríe y tira otro. Y si eres el maître tira otro más y haz un chiste malo, como que lo que siempre quisisteis era un restaurante griego y no un “fusión de noséqué” lleno de caras aburridas. Y ríete. Ríanse juntos de ese tipo de «errores», y de todos los que nos recuerdan que somos humanos.

Ya está bien de hacerse el duro

Métete en la esfera íntima de un cliente que hace décadas que viene y sorpréndelo con un abrazo, quizá no le vuelvas a ver, quizá vuelva con diez amigos que también necesitan abrazos.

Y tú cliente, ¿llamas por su nombre al que te pone el café todas las mañanas?, ¿te lo sabes? Cambia algo tú también y deja una propina aún más generosa el día que lo veas agobiado, créeme, es el día que más se la merece.

Pídete un vaso grande de leche y haz un selfie del mejor bigote blanco al lado de tu camarero, si yo sé que lo quieres un montón.

Y si en algún momento no tienes ganas de hacer algo, algo con lo que sientas que no está a gusto tu alma, pues simplemente no lo hagas.

Tiempo de calidad

Sé un poquito «incorrecto», alguien te lo sabrá perdonar. Diviértete, el trabajo no tiene por qué ser una carga, puedes hacer de tu local, tu casa o escuela (al final, cuál es la diferencia, ¿no?) el mejor lugar donde se pueda estar, que estés deseando llegar allí por la mañana, porque te lo pasas bomba y quieres estar el primero para recibir a tus colegas con una sonrisa así de grande y hermosa.

Esto que parece una utopía, yo te digo que se puede y que está más cerca de lo que te imaginas. Piensa que, para empezar, hacer todo lo que pone este post loco, es gratis.

Atrevámonos a romper el protocolo y todo lo establecido en lo social, y a transformarlo en algo mejor, todo se puede cuestionar. Provoquemos a nuestras creencias más arraigadas y, sin miedo, enfrentémoslas, cambiémosle el nombre a las cosas cotidianas.

Haz todas esas cosas locas y otras más que se te ocurran antes de decir «¡uy no!», si en realidad, no pierdes nada. Yo definitivamente no me lo perdería.

Post Data: Si me mandas una foto con un tutú rosa o haciendo la croqueta (o cualquiera de los desafíos de este post) a xavi@degustoarte.com, te prometo que te hago un regalo, ¡jaja!

Hasta otra, queridos amigos, ser desenfadados y felices.

Con cariño, Xavi

Un enamorado del café y del servicio en sala

 

 

2 comentarios

  • Marta on 22 de febrero de 2018

    Me pareció un excelente artículo, desearía seguir recibiendo, muchas gracias. Saludos cordiales Marta

  • Coffeelover on 23 de febrero de 2018

    Hola Marta!: muchas gracias por tu comentario, ya estás dentro de nuestro mundo, pronto recibirás más cositas! Un abrazo.

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